En ocasiones, cuando se trata el tema de los estereotipos de género, así como el condicionamiento que tienen en nosotros las obras literarias y cinematográficas, se tiende a caer en una afirmación categórica que ha llamado mi atención. Se ha dicho que muchas de las obras, tanto antiguas como contemporáneas, reproducen estereotipos clásicos de mujeres cuyo papel no es más que el de damisela en apuros que no sabe defenderse y tiene que ser salvada por un hombre.
En parte, estoy totalmente de acuerdo con esta afirmación. La literatura y el cine son reflejos de la sociedad en la que se crean. Incluso la obra más fantasiosa de ficción, termina reproduciendo estereotipos de la época en la que es creada o de cualquier otra a la que se quiera trasladar para alejarla del momento actual ante el lector o el espectador. Esto es algo indiscutible. El arte está siempre marcado por lo social, político y económico de su tiempo. Los prejuicios, tabúes, miedos, pudores, que existen en una sociedad, estarán representados en alguna parte de las obras que se generan en ella.
Casos concretos podemos verlos claramente en los cuentos clásicos con los que muchas generaciones nos hemos criado. Mujeres relegadas a un segundo plano, a papeles pasivos, a ser seres inanimados o simplemente floreros hermosos que no aportaban nada. Podían ser el centro de la historia sin tener que pronunciar casi ninguna palabra, pues ya habría otros personajes que contasen y decidiesen su historia por ellas. Ellas nunca decidían su destino, sino que se dejaban llevar por la mano del autor de turno hasta su final feliz de cuento de hadas, sin elección posible.
Además, es necesario añadir como la industria del cine de la mano de Walt Disney convirtió estos cuentos en obras animadas que llegaron, cada vez más, a un mayor número de espectadores. Niñas y niños que fueron criados delante de un televisor con estas historias y cuyos mensajes subliminales se grabaron en sus cerebros. Doncellas hermosas que rescatar, príncipes salvadores y finales felices. Unas de las obras que más se me vienen a la cabeza al pensar en esto son "Blancanieves y los siete enanitos" (1937), "Cenicienta" (1950) y "La bella durmiente" (1959). Quizá porque fueron obras con las que, al igual que muchos de mis contemporáneos y otros antes que yo, me crié. Estas obras, de un modo más o menos visual, con más o menos música y más o menos colorido, nos presentaban a protagonistas femeninas cuyo destino acababa siempre en manos de un personaje masculino. Blancanieves debido a la envidia de su madrastra era envenenada y debía ser salvada por el beso de un príncipe. Cenicienta, encerrada por su madrastra en casa, para alejarla de su posible felicidad es rescatada de allí por los cortesanos y el príncipe. La bella durmiente, sumida en un sueño de 100 años debe ser despertada por el beso de un príncipe. Todas ellas se vuelven personajes inertes, que esperan y nada más, mientras se resignan a su suerte.
Más tarde, llega a las pantallas "La bella y la bestia" (1991). Una obra que hoy en día muchos critican por reproducir los estereotipos de violencia machista, del amante maltratador y la muchacha inocente que vuelve a su lado una y otra vez. En este caso, no coincido tanto con este análisis, puesto que Bella fue una de las primeras chicas Disney que sabía que quería vivir aventuras y, algún día, descubrir el amor, un amor con el que compartir esas aventuras. Es precisamente por su fuerza y su valor que llega a intercambiarse por su padre para ser la prisionera de la Bestia. Una bestia a la que teme y odia, por prejuicios en un principio y por su mal comportamiento después. Sin embargo, cuando él le salva la vida, ella empieza a atisbar que, debajo de lo que había visto, quizá había algo más. Y es así como, tras comenzar a conocerse, se enamora de algo que no es la apariencia, sino de un corazón que responde al suyo. Para muchos, esta historia ha acabado siendo un simple relato de como una mujer no puede abandonar a su maltratador. Es un punto de vista. Aunque para mí, representa un mensaje más clásico, con el que seguro que muchos no están de acuerdo, que es que "antes de juzgar tienes que llegar hasta el corazón". Pero esto, no solo si la bestia es un príncipe, sino, si es una princesa, si es un joven desgarbado, si es una chica triste, si es una anciana solitaria o niño cascarrabias. Simplemente, antes de juzgar hay que conocer a las personas, en cualquier ámbito y faceta de la vida.
Podríamos entrar, además, al debate sobre la idea del "amor verdadero" que muchas de estas obras, en su origen mucho más oscuras, ahora infantilizadas por Disney, nos llevan vendiendo desde hace más de medio siglo. Lamento decir que soy una romántica, pero eso no me vuelve estúpida. Saber que puedes llegar a querer a alguien de un modo profundo, no significa que debas creer una idea distorsionada, que te han intentado imponer a través de todos los canales posibles, para volverte alguien complaciente y que acepta su suerte sin luchar por conseguir lo que desea y por vivir su vida. Pero esta discusión la dejaremos para otro momento.
Si bien, también es cierto que los últimos años nos han traído unas películas de animación de la mano de este estudio con un tono diferente. Aunque más bien han ido llegando a cuentagotas desde los 90. Siempre ocultas tras cinco veces más historias que no tenían mujeres como protagonistas y mucho menos como protagonistas de verdad. Desde "Pocahontas" (1995) y "Mulán" (1998) que marcaron otro tipo de protagonista, valiente y con valor para proteger el honor de su familia y a la vez seguir su corazón, y muchos después "Tiana y el sapo" (2009) y "Enredados" (2010), que le dieron un giro a cuentos clásicos, hasta las más atrevidas "Brave" (2012), "Frozen" (2013), "Maléfica" (2014) y "Vaiana" (2016), en las que las protagonistas indiscutibles eran personajes femeninos auténticos, no pasivos, con una historia detrás que iba mucho más allá de lo que se dejó traslucir en otras adaptaciones.
Sin embargo, lo que a este estudio le tomó más de 20 años conseguir, otro estudio más allá del mar de Japón lo había hecho hacía décadas. El Studio Ghibli, con Hayao Miyazaki a la cabeza, llevaba convirtiendo en protagonistas a personajes femeninos de todas las edades, desde incluso antes de su creación con "Nausicäa del valle del viento" (1983), y tras ésta "El castillo en el cielo" (1986), "Mi vecino Totoro" (1988), "Nicky, la aprendiz de bruja" (1989), "La princesa Mononoke" (1997), "El viaje de Chihiro" (2001) y "El castillo ambulante" (2004). Todas obras en las que las mujeres están presentes en los papeles protagonistas. Mujeres fuertes, que luchan por lo que creen justo, que luchan por salvar a sus seres queridos y lo que es importante para ellas, mujeres que viven el día a día superándose. No solo las protagonistas, sino los personajes secundarios femeninos son también increíbles.
Todo esto por una parte. Como ya se dijo, la literatura y el cine son reflejo de nuestra sociedad. Y con más o menos retraso pueden llegar a alcanzarla y convertirse en el reflejo que queremos y necesitamos. Sin embargo, por otra parte, existen cuestiones acerca de los estereotipos de los que hablaba antes, argumentos sobre este tema, con los que no termino de estar del todo de acuerdo. Comentaré dos obras contemporáneas que han sido best-seller y que son las que siempre citan quienes tratan este tema. Empiezo a pensar que por falta de obras más polémicas o de más calado o porque simplemente han sido lo suficientemente conocidas, sobre todo por mujeres, para que sus interlocutores las conozcan. Dichas obras son dos, pero como si fuesen una: "Crepúsculo" y "Cincuenta sombras de Grey". Digo lo de que como si fuesen una porque la segunda se comenzó a escribir como parodia de la primera y, al ver que gustaba, se estableció como obra independiente. Todo esto hizo que personajes principales y secundarios, escenarios, sucesos y relaciones, fuesen muy similares en ambas obras, casi como un reflejo en un espejo, en el que por un lado tenemos ficción con base fantástica y en el otro ficción con tonos más realistas.
Estas obras pueden haber gustado más o menos a cada uno. El argumento que esgrimen muchos para tacharlas de obras machistas es que ayudan a potenciar los estereotipos de género en las mujeres que las leen, sobre todo adolescentes en el caso de "Crepúsculo". Reconozco que he leído y conozco ambas obras y admito que me han gustado y son historias que siempre llevaré conmigo, como la mayor parte de los libros que leo. Recalco también que mucha de la profundidad que puedan tener ambas, se ha visto casi totalmente mermada por sus adaptaciones al cine, como casi siempre sucede en estos casos. Y que son esas adaptaciones al cine lo que ha llevado a un fenómeno fan desmesurado, que se basa más en las apariencias de una pantalla que en la lectura, y han conseguido que una historia que podría resultar entretenida acabe siendo tachada de lavacerebros.
Primero de todo, me gustaría resaltar que cuando alguien esgrime el ejemplo de estas novelas para hablar de la potenciación de los roles machistas, me pregunto si se han leído las cuatro novelas que conforman "Crepúsculo" y las tres de "Cincuenta sombras de Grey". Para mí, han sido obras que han tenido partes buenas y partes malas, pero en las que, el cambio de sus protagonistas, desde el principio de la historia hasta el final, hacía que pareciese que respiraban de verdad, provocando que se les cogiese mucho cariño. Como a todo ávido lector, esto nos puede pasar con muchas historias. Personalmente, opino que cuando un escritor es capaz de transmitir esto, ha logrado parte de su cometido. Pero no solo se trata de que cambie un personaje, o de si quien lo hace es el protagonista masculino o femenino. Son dos obras en las que el cambio se produce en ambos protagonistas de un modo bastante radical, gracias a la ayuda mutua, a las experiencias compartidas y a la convivencia.
Cualquiera, que se haya leído estas obras completas, habrá podido apreciar este cambio. No me meto en que los protagonistas masculinos tengan tintes de psicópatas inicialmente. El primer libro de "Cincuenta sombras" es una de las historias más tensas y desagradables que he leído como mujer desde la perspectiva de la narradora femenina. Te genera desasosiego a cada momento. Sin embargo, en mi opinión es una historia que se salva por la segunda y la tercera parte, en las que los protagonistas y la relación que mantienen empieza a cambiar. Pasamos de tener a un controlador a un joven que empieza a abrirse al mundo y a superar los traumas de maltrato y abusos de su pasado, y a una chica inocente que comienza a enfrentarse al mundo con fuerza y decisión, sin dejar de tener claras sus prioridades. Por eso, no concibo que alguien critique esta obra sin haberla leído entera o solo por haber visto las películas (argumento que me han dado en alguna ocasión). Si la personalidad y la relación de ambos se mantuviese como el primer libro, sería la primera en mandar la historia a freír espárragos y no justificaría nada más, pero creo que cualquiera que lea con un poco de atención podrá darse cuenta de ello.
Por otra parte, tenemos el hecho de la cantidad de prejuicios que aún hay hoy en día hacia el BDSM. Y que el sadismo sexual en esta obra se considera una denigración de la mujer, etc. No me meteré en profundidad en este tema aquí, pero sí que quiero comentar que soy de la opinión de que cada pareja debería vivir su vida sexual como prefiera, siempre dentro de los límites del respeto mutuo. Y por eso no veo mal que en una obra de ficción pueda darse este tipo de relación al igual que podría pasar en la vida de cualquiera.
Yendo a la otra obra, de la que se habla más de su influencia en las adolescentes. En mi caso, supongo que como para muchos otros jóvenes, "Crepúsculo" fue la primera obra de narrativa juvenil romántica que leí y por eso, me dejó una fuerte impresión. Añadir que para mí, cuando conocí esta historia, era una época en la que solo por leer te convertías en rarita, y ya si leías por placer y libros exóticos con temas poco convencionales, como fue esta novela antes de que se estrenase la película y se crease todo el fenómeno fan a su alrededor, ni os cuento. A pesar de todo, fue una historia que me atrapó. Un primer amor electrizante y misterioso. Adjetivos que para muchos sirven para argumentar la imposición de roles estereotipados, aunque de nuevo opino que no estoy del todo de acuerdo.
Para muchas personas, Bella es un personaje que se aísla de su entorno para centrarse en el chico que le gusta, que le parece mucho más emocionante que su día a día y que, además, resulta tener un secreto fascinante y oscuro. Sin embargo, si de nuevo vamos más allá en esta historia, pasando del primer libro, viéndola en su conjunto, podemos comprobar que, otra vez, el cambio que se produce en ambos protagonistas a lo largo del tiempo los va alejando de los roles en los que inicialmente se los pudiese encasillar. Bella descubre que había nacido para ser vampiro, ella decide dejar a su familia porque ha encontrado a alguien a quien quiere por encima de todo (mal ejemplo para las adolescentes según muchos). Y Edward es un personaje que ha estado solo toda su vida, y que encuentra a una persona que le atrae como no le había atraído nunca nadie. A partir de ahí, comienzan sus intentos de alejarse de ella porque cree que no le conviene, después decide que quiere estar a su lado y protegerla, y más adelante sintiendo que su mundo no es seguro para ella decide irse de su vida, pero finalmente ve que lo mejor para ambos es estar juntos, ya que si no, les costará la vida. Él nunca le pide a Bella que renuncie a su mortalidad, quiere estar a su lado y quererla tal y como es, hasta el final. Ella desea una vida con él en su mundo, para que puedan estar siempre juntos y no tener que separarse. Finalmente, ambos terminan en el mundo de los vampiros tras diversas dificultades, viviendo en familia, sin renunciar tampoco a la familia humana de Bella y compartiendo con amigos que antes fueron enemigos una nueva forma de vida. Siempre luchando por proteger lo más importante, a sus seres queridos, incluso arriesgando su propia vida para ello.
Si pensamos que, de nuevo, los personajes de ambos protagonistas no evolucionan en absoluto a lo largo de la obra, claro que será una obra de estereotipos, que no incluye cambios de perspectiva y madurez en sus personajes. Pero no es así, al menos si se lee con atención.
Esto último me lleva a la cuestión final de este texto. ¿Creemos que nuestras adolescentes no van a percatarse de que leen obras de ficción? Aunque sí que es cierto que les puedan gustar más o menos, y que puedan sentirse identificadas con los personajes. Pero entonces, ¿confiamos tan poco en el espíritu crítico que deberíamos estar inculcándoles, que sería necesario imponer algún tipo de censura en lugar de educar para que sepan juzgar lo que leen? ¿Sería necesario recordar a cualquier persona que utiliza una obra como argumento que debería conocerla en su totalidad, aunque no le guste? ¿No sería mejor que para borrar los estereotipos, las nuevas generaciones conozcan un mundo en el que se hable y se debata de obras actuales y antiguas exponiendo sus contextos sociales y como las pueden afectar realmente? ¿Un mundo en el que el tabú por leer un romance de corte clásico u otro poco convencional, sea dejado de lado? ¿Un mundo en el que los protagonistas de estas historias pudiesen ser del mismo sexo y a la gente les siguiesen gustando? Solo decir que hay muchos caminos, pero que no es solo un libro el que tiene la culpa, ni puede ser el único argumento. Lo que hay detrás de los estereotipos y roles de género es mucho más grande, eso lo sabemos todos. Y sin embargo, nos centramos en historias parciales que hemos conocido de forma superficial o no con la profundidad que deberíamos para juzgarlas tan duramente.
Como se suele decir, no se puede juzgar un libro por su portada. Apliquémonos el cuento y tengamos en consideración que una historia no se puede conocer solo leyendo su primer volumen. No se puede criticar como obra completa si se desconoce su totalidad. Lo que sí se puede decir es que no se ha leído entera porque no gusta, resulta desagradable, cansina, etc. Pero entonces, no se puede opinar en la totalidad del debate sobre ella ni usarla como argumento fácil.