Aquí se cuenta una historia en la que se habla de una maldición pero para conocerla bien, vayamos al principio, donde empezó todo.
Iba un caballero llamado Arturo por el mercado, en busca de un pollo para la cena. De repente se cruzó en su camino un Oráculo, que comenzó a recitar una profecía, a la que el caballero prestó mucha atención: “Noche de tormenta será, el día que la niña nacerá. La maldición se cumplirá y la hija de la reina en un monstruo se convertirá”. El caballero se sobresaltó al escuchar estas palabras porque sabía que la profecía se refería al niño que esperaba su hermana Sofía, soberana del reino vecino. A lomos de su caballo se dirigió al castillo de su hermana, con el pollo a rastras. Estaba desesperado pues la profecía había comenzado a cumplirse, ya que la lluvia lo calaba hasta los huesos y los truenos resonaban en el cielo.
- Bajad el puente levadizo - gritó a los guardias de las almenas.
Cuando el caballero entró en el castillo, ya se escuchaba el llanto de un recién nacido, la reina había dado a luz a una niña.
Los reyes dejaron a su hija en su nueva habitación, y el caballero les contó lo que el Oráculo le había dicho en el mercado. Al escuchar la noticia, los reyes se pusieron muy nerviosos y sus ojos se inundaron de lágrimas.
De repente la hija de los reyes comenzó a llorar y todos se dirigieron hacia su habitación, pero ya no estaba en la cuna. Se abrieron las ventanas que daban al balcón y los relámpagos iluminaron la figura de una mujer con un niño en brazos.
- La bruja Matilde- gritó el rey Guillermo. – Soldados apresadla, tiene a nuestra hija.
Pero era demasiado tarde, la bruja salió volando con la pequeña Kiara en brazos.
Los reyes lloraban desconsolados la pérdida de su hija.
Unos meses más tarde, Arturo volvía al castillo después de haber encontrado a la princesa. Durante aquellos meses la había buscado por todo el reino y la había encontrado en el bosque de las hadas que fueron las que cuidaron de la pequeña desde que la bruja la abandonó. Al llegar al castillo sus padres se alegraron mucho de verla sana y salva pero lo que les pareció extraño fue la marca que tenía su hija en el brazo. Se trataba de una A y de una V unidas. En aquel momento apareció el Oráculo y dijo:
- Esa es la marca que demuestra que la princesa está maldita. Dentro de unos años se transformará en una arpía pero sólo durante el día.
Pasaron los años y la princesa Kiara acababa de cumplir los diecisiete años, y la profecía se cumplió pues de día se transformaba en una arpía y sólo podía verse como princesa por la noche. Al ver que no podía llevar una vida normal a causa de su maldición una noche le preguntó a sus padres:
- ¿Cómo puedo librarme de esta maldición?
- Querida hija la única solución es que vayas a la montaña de los dioses y ellos te dirán lo que debes hacer – contestó el rey.
- Hija no vayas, es un viaje muy peligroso – le suplicó su madre.
- No quiero ser un monstruo el resto de mi vida, no quiero quedarme encerrada en el castillo sin poder salir... Quiero tener una vida normal.
Los reyes sabían que no debían detener a su hija pues tenía derecho a ser libre, libre de esa maldición. Así que a la noche siguiente se marchó del palacio y emprendió su viaje. Pasaron tres días y llegó a las montañas. Al atravesar una cueva un espíritu de un anciano maestro le indicó lo que debería hacer y la acompañó en el resto de su viaje. Pasada una semana llegó a una cascada:
- Ahí detrás está la cueva del Dios del día y de la noche, el que sabe de todas las transformaciones que se realizan cuando el sol sale y se pone por el horizonte, el te podrá ayudar – le dijo el anciano. Y nada más pronunciar la última palabra desapareció.
Kiara atravesó la cascada y al otro lado se encontró al dios del que le había hablado el anciano. Parecía un hombre joven de cabellos dorados como el sol y ojos oscuros como la noche.
- Por favor, dime como puedo librarme de esta maldición – le suplicó Kiara.
- Conozco tu maldición, y también la forma de romperla. Debes bañarte en el lago de los unicornios un día de luna llena.
Kiara abandonó la cascada y se dirigió hacia aquel lugar que conocía bastante bien pues una vez que se había perdido había pasado tres veces cerca de allí. Cuando llegó esperó a la noche y hizo lo que el dios le había dicho.
Sin la maldición a sus espaldas volvió al castillo donde tuvo la vida normal de todas las princesas.
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